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La industria farmacéutica invierte más de 560 millones en transferencias de valor

La industria farmacéutica invierte más de 560 millones en transferencias de valor

El grueso de la inversión se centra en I+D, aunque se siguen destinando más de cien millones a la formación de profesionales sanitarios, fundamentalmente médicos.

La industria farmacéutica invirtió el año pasado en España 564 millones de euros en transferencias de valor al sector sanitario (profesionales y centros), según han informado desde la patronal Farmaindustria que se encarga de centralizar unos datos que las compañías empezaron a hacer públicos en 2016. Dicha cifra se desglosa de la siguiente manera:

  • 251 millones de euros se destinaron a contratos con organizaciones y profesionales sanitarios para desarrollar proyectos de investigación biomédica
  • 115 millones de euros, en ayudas a profesionales sanitarios para que pudieran acudir a reuniones y congresos científicos-profesionales
  • 90,5 millones de euros para organizaciones sanitarias responsables de aquéllos encuentros
  • 79,5 millones de euros, para la prestación de servicios profesionales
  • 28 millones, en donaciones para organizaciones sanitarias.

Más inversión en I+D y se mantiene en formación

Según Farmaindustria, salvo en el capítulo referido a I+D, donde se ha registrado un incremento del 29 por ciento, «derivado del mayor esfuerzo de las compañías en este ámbito en España y de la creciente complejidad y costes de los nuevos ensayos clínicos», el resto de partidas se mantienen estables, en líneas generales, respecto a los datos del año anterior. La publicación de las colaboraciones con profesionales y organizaciones es fruto de la modificación del Código de Buenas Prácticas, llevada a cabo en 2014, que pretende prevenir conflictos de interés y generar confianza en la sociedad sobre la importancia de estas relaciones. 

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Estudios de mitigación y la modificación de las condiciones de procesado

Control de la acrilamida en alimentación: Obligación legal

Estudios de mitigación y la modificación de las condiciones de procesado, medidas eficaces para controlar los niveles de acrilamida en la producción de alimentos sin afectar a su calidad

El objetivo final es disminuir la exposición a la acrilamida en la dieta de los consumidores. La acrilamida se forma al hornear, freír o tostar alimentos como pan, patatas, cereales, bollería o café a altas temperaturas.

11 de abril, entra en vigor el Reglamento de la Comisión Europea, (UE) 2017/2158, por el que obliga a las empresas de alimentación a reducir los niveles de acrilamida en la producción de alimentos susceptibles de presentar esta sustancia, una sustancia que en ciertas condiciones puede tener riesgo para la salud.

A partir de mañana, las pymes tendrán que cumplir con los criterios de control y mitigación de acrilamida en los alimentos establecidos por la UE. Para ello, deberán realizar un plan de control para conocer los niveles de esta sustancia en sus productos y aplicar medidas para disminuirlos.

La acrilamida se considera un contaminante. El nuevo Reglamento establece unos niveles de acrilamida determinados para cada grupo de alimentos y ante ello, señala José María Ferrer, jefe del departamento de Derecho Alimentario de AINIA centro tecnológico, “las empresas cuyos productos superen los niveles establecidos, deberán adoptar medidas para la reducción de los mismos bien modificando la formulación o los ingredientes, los procesos de producción, los tratamientos térmicos o cualquier otro condicionante identificado, sin que por ello se vea afectada la calidad y la seguridad microbiana del alimento, ni sus características sensoriales”.

En caso de que los niveles de acrilamida en sus productos sean superiores a los de referencia, las industrias deberán: revisar las medidas de mitigación actuales, adoptar medidas de mitigación adicionales y realizar un nuevo muestreo y análisis para comprobar la validez de las medidas adoptadas, apunta Vicenta Pérez, especialista en el control de puntos críticos (APPCC) de AINIA centro tecnológico. Quien señala que “Si bien las grandes empresas tienen establecidos sus planes de control y medidas de mitigación respecto a la formación de acrilamida en sus productos, muchas medianas y pequeñas empresas van a tener que hacer un gran esfuerzo ya no sólo en control analítico, también en medidas de calidad, cambio en sus sistemas de procesados térmicos, reformulación de recetas, etc”.

La aplicación de soluciones tecnológicas como la realización de análisis, estudios de mitigación a medida de cada proceso/producto y la modificación de las condiciones de procesado, pueden resultar eficaces para reducir los niveles de acrilamida que se producen en los alimentos” señala Pérez.

El objetivo final que perseguimos es encontrar soluciones apropiadas y prácticas para reducir la exposición a la acrilamida en la dieta de los consumidores ya que, aunque su presencia en los alimentos no se puede erradicar totalmente, sí se puede reducir su nivel”, apunta Vicenta Pérez.

Para ello, también los laboratorios de control de ainia han puesto a punto y validado las técnicas analíticas para la determinación de Acrilamida en los principales alimentos potencialmente afectados de la misma.

La acrilamida es una sustancia química que se crea de forma natural en productos alimenticios que contienen almidón, durante procesos de cocinado a altas temperaturas (más de 120ºC) y con poca humedad. Se forma principalmente en alimentos ricos en hidratos de carbono (horneados o fritos) como pueden ser las patatas fritas, la bollería o los alimentos infantiles elaborados a base de cereales.

(Fuente: Ainia Centro Tecnológico)

El poder de los envases para reducir los residuos alimentarios

La innovación en materiales, recipientes y métodos de envasado amplía la vida útil de almacenamiento, mientras que el envasado inteligente incrementa la confianza de los consumidores en el buen estado de los productos.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, cada año se desperdician 1.300 millones de toneladas de comida, lo que supone un coste de unos 680.000 millones de dólares en los países industrializados y 310 000 millones de dólares en los países en desarrollo. ¿Es capaz de imaginar lo que esto supondría para los 800 millones de personas que pasan hambre en todo el mundo? Se trata de alrededor de 1,17 billones de kilogramos de alimentos desperdiciados anualmente, suficiente para alimentar al doble de esos 800 millones de personas.

El poder de los envases para reducir los residuos alimentarios

De acuerdo con las cifras de 2015 del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), el 31% de todos los alimentos producidos en Estados Unidos no se comen, y cada estadounidense tira más de 16 kg de comida al mes. Además, según el USDA, el estadounidense medio tira el 40% del pescado fresco, el 23% de los huevos y el 20% de la leche que compra.

El impacto de estos residuos va más allá de los contenedores de basura. Cuando se tiran los alimentos, también se desperdician los recursos necesarios para producirlos, procesarlos y transportarlos. Para producir los alimentos que se desechan se emplean enormes cantidades de productos químicos, fertilizantes, combustibles y tierras y, en EE UU, el 25 % del agua total que se consume. Los alimentos que no se comen acaban en vertederos, donde su descomposición provoca el 25% de las emisiones de metano (un gas de efecto invernadero 20 veces más dañino que el CO2) de EE UU, según la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA).

Los consumidores y las marcas son cada vez más conscientes de los daños ambientales y financieros que supone comprar alimentos que se acaban tirando a la basura. Una parte del flujo de residuos que se suele olvidar son los residuos de coste completo, que proceden de productos que se fabrican, envasan y distribuyen sin llegar nunca a venderse y consumirse. Para abordar esta pérdida de manera directa, los fabricantes, junto con los minoristas y los organismos gubernamentales, se esfuerzan cada vez más en implementar soluciones de envasado avanzadas que prolonguen la vida útil de almacenamiento y minimicen los residuos.

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La importancia del consumo de pan en la infancia

Para la nutrición infantil debemos saber que el pan es una fuente excelente de hidratos de carbono  que aporta, además, proteínas, minerales, vitaminas y fibras. Por lo tanto, un bajo consumo de pan puede desequilibrar de manera importante la dieta.

El pan es un alimento básico que forma parte de la dieta tradicional de nuestros países. El pan fue el alimento básico de la humanidad desde la prehistoria, ya se elaboraba en Mesopotamia a partir de trigo, mitad cultivado y mitad silvestre, molido en morteros rudimentarios. Se obtenía así una harina que amasada con agua, sin levadura y cocida a fuego directo daba lugar a un pan ácimo. En la Biblia se recogen referencias a un pan de forma plana o galleta gruesa cocidos sobre parrilla. Mucho mas tarde en Roma existían hornos públicos, con normas estrictas para evitar incendios.
En esencia, el pan es el resultado del horneado de una masa, elaborada fundamentalmente con harina de cereales, sal y agua. La mezcla, suele contener levaduras para que fermente la masa y sea más esponjosa y tierna. El cereal más utilizado para la elaboración del pan es la harina de trigo.

La dieta mediterránea se caracteriza, entre otro, por un alto consumo de frutas, verduras, legumbres y cereales y cuya fuente principal debe ser el pan. Este producto es un alimento básico en la dieta infantil, siendo aconsejable que los niños tomen en el desayuno ya que les ayuda a tener un mayor rendimiento escolar. En la merienda o en los recreos, hay que tener presente incluir un bocadillo. El pan es una fuente excelente de hidratos de carbono  que aporta, además, proteínas, minerales, vitaminas y fibras. Por lo tanto, un bajo consumo de pan puede desequilibrar de manera importante la dieta.

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